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En este nuevo poemario de la autora palmera, la soledad se establece...
Mis ojos buscan eso que nos hace sacarnos los zapatos para ver si hay...
978-84-87417-32-0
Nuevo producto
Su poesía, divulgada en las páginas de la revista Escorial de Madrid cuando apenas contaba 22 años, empezó por cultivar un estrofismo clásico y una gran serenidad de concepto.
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Disponible el:
Género | Poesía |
Peso | 100 |
Páginas | 64 |
Medidas (cm x cm) | 15,5 x 21 |
Encuadernación | Rústica |
Idioma | Español |
Su poesía, divulgada en las páginas de la revista Escorial de Madrid cuando apenas contaba 22 años, empezó por cultivar un estrofismo clásico y una gran serenidad de concepto, dentro de lo que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada de la Primera Generación de Posguerra; influida por la obra de Miguel Hernández (en especial, por sus sonetos) destaca su primer libro Poemas del toro (1943), obra de tema táurico (que no taurino) que inauguró la colección de poesía Adonáis; el segundo es El corazón y la tierra (1946), que toma por temas principales el amor, el paisaje y el tiempo; pero con su libro Los desterrados de 1947 escribió el primer libro de poesía social y existencial de su época y entre de lleno en la poesía desarraigada; con esta obra pasa revista a todo tipo de marginados y desheredados por la sociedad y la desgracia. Siguieron Poesías completas (1949), Canción sobre el asfalto (1954), tal vez su obra más madura, donde aborda el tema de la ciudad y sus miserias y canta con delicada sensibilidad a las pequeñas cosas, a lo humilde y olvidado (una temática similar, coincidente en el tiempo, a la de las "Odas elementales" del chileno Pablo Neruda); La rueda y el viento (1971), Prado de serpientes (1982), cuyo título se inspira en una expresión al final de La Celestina (en el "planto" de Pleberio, padre de Melibea) en que se califica así al mundo, y Obra poética completa (1999). En alguna ocasión, Morales definió su ideal poético como una aspiración a cumplir lo que llamaba la "tríada divina" de la poesía del Siglo de Oro español: «Decir con la belleza de Góngora, pensar con la hondura de Quevedo, sentir con la sensibilidad de Lope».