Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y realizar estadísticas sobre el uso de nuestra web.
Si continua navegando, consideramos que acepta su uso. Puede cambiar la configuración u obtener más información aquí.
Este libro constituye el primer acercamiento al período venezolano de la...
9788418813344
Nuevo producto
46 años de fiebre es una mirada profunda, honesta y esperanzada a la crisis de los 40.
Advertencia: ¡Últimos artículos en inventario!
Disponible el:
Género | Poesía |
Peso | 140 |
Páginas | 80 |
Medidas (cm x cm) | 15 x 22 |
Encuadernación | Rústica |
Ya están aquí.
Los esperaba desde hacía tiempo.
Han llegado como truenos
tropezando
al entrar por un lateral del escenario.
Salvo aquella vez
en la que pasé tres meses hospitalizado
con el vientre abierto y comido por los gusanos,
puedo afirmar que cumplir los cuarenta y seis
era una apuesta segura.
«¿Y ahora qué?», me susurro cada mañana
al contar los intersticios luminiscentes de la persiana.
Los amaneceres llegan al dormitorio
precisos, puntuales, mecánicos.
El destino burgués y su vocación de relojero…
Una mujer maravillosa me escogió
cuando yo aún era un borracho perdedor.
El trato fue sencillo:
juntos construiríamos una familia,
destilaríamos lágrimas y fermentaríamos alegrías.
Eso y nada de polinizar otras vaginas.
Tengo tres hijos como tres cortijos.
Corretean alrededor de mis rutinas
con la exaltación de cachorros
que persiguen el agua de una manguera.
La densidad expresiva de la literatura
me atrapa bajo su complejidad.
Hay vocaciones que se infectan
por culpa de la frustración,
dolores crónicos en la felicidad
a los que te acostumbras… a ratos.
Solo moriría por mi familia (aquí incluyo a un par de
[amigos);
por alguna que otra idea romántica, no todas;
y por el más simple de los actos heroicos: proteger al débil.
Ahora bien, habito una trinchera y
mato por la calidad de mis libros.
Los defiendo línea a línea, verso a verso, letra a letra.
Mi bando es el de la dignidad del arte, no el de los artistas
[dignísimos.
Aquí todo el mundo exige modernidades
y nadie reivindica a los clásicos.
Los enormes egos del rebaño esconden
colmillos devastados por el azúcar y la sangre.
Se le da más importancia al brocal que al hoyo.
Alguien debería dar un golpe sobre la mesa
y decir que la mayoría de los sentimientos
son sencillos, que no tiene mérito contar una historia,
que no es lo mismo escribir que ser escritor.
Alguien debería vestirse de Jesús, coger un látigo
y expulsar a las editoriales del templo de la creación.
¡Qué bajo ponemos el listón del alma
si juntar palabras supone ya un mérito destacable!
El talento nace en los pistilos salvajes del azafrán,
no bajo el comercio de los invernaderos plásticos.
Por las grietas que recorren esta tragedia,
pues tragedia es ver una sociedad aplastada
bajo los cascotes del consumo,
van perdiéndose verdaderas oportunidades.
Las sombras del fracaso se alimentan de luz,
tímida, insegura, acomplejada, pero luz.
No existe peor relativismo que aquel llamado moda.
No se trata de resentimiento, lo prometo a duras penas,
es la rabia y la desolación del jornalero
que mira al señorito a caballo
secándose el sudor con un pañuelo de seda blanco
mientras se queja de lo mucho que cuesta dirigir una plantación.
¡Qué triste resulta ver a los leones
arrinconados por las hienas!